martes, 6 de septiembre de 2011

Judas, el primer cristiano

La traición formaba parte de su estilo de vida, tanto que hasta la traición que le era ajena se pegaba en su piel. Simplemente le gustaba pensar que aquello que era incorruptible podía alienar su naturaleza con un poco de suerte y tentación. Trataba durante largos períodos, en los que su angustia era aplacada por la satisfacción del propio sufrimiento, de explotar su gran deseo y talento para hacer creer a otros cosas que jamás existieron, espejos que él mismo creaba, quizá para saciar su hambre de destrucción y sobornar a su ego.
Principalmente observaba a la juventud, era su punto de partida en el que todo lo que había aprendido tomaba forma y carácter. La mente de un joven adulto se llena de locuras terrenales, decía, de obsesiones propias del bajo mundo. Es en donde todo traidor debería poder meter sus cuantiosas garras de iniquidad placentera.
La actividad sin conocimiento que posee toda pequeña criatura suele crear la disposición a tratar de entender aquello que se le prohíbe, por lo que también es adicta a cualquier clase de libertad. La misma sed de ignorancia es la que invade a un cuerpo harto de sabiduría antigua y carente de impulsos ciegos. Así que es terminante el hecho de que aquel que desea, en algún sentido, obtienen aquello que busca, incluso si esto es tan solo una falacia.
El traidor se mueve por esto, un medio increíblemente transitado por toda la humanidad, la fe. No es trata de alguna forma de religión, ni de ideología política o social. Es el modo más accesible de caer en manos del traidor. La estrategia del pastor que espera que su rebaño jamás cuestione su inmerecida autoridad.
La simple creencia de que existe una forma de escapar al sufrimiento. Ésta es la herramienta más útil que posee, y aquel traidor que se encuentra despierto lo sabe.

La traición no es algo que exista individualmente, apartado de otros sentimientos propios del hombre, con ella coexisten varias formas de emociones y conocimientos. Con la traición también se forma el adiestramiento, en el que ideas puras pueden hacer su llegada; El amor al prójimo conduce su lealtad, la libertad de espíritu eleva su valor sobre aquellos que niegan su existencia, también el orgullo de su impropia presencia frente al ser racional es motivo para engrandecer el poder de la adorada traición.
Pero no es algo sencillo de manejar, se requiera de paciencia y conocimiento. La verdadera causa de la traición no es realmente egoísta, trabaja para que a partir de ella otra gran cantidad de cosas deriven a un funcionamiento. Es decir, sería absurda la idea de engañar a alguien si esto no sirve para afectar a otros.
Por eso el amor fraternal tan solo es una idea lejana para ellos. Sería la destrucción del engaño, aquel que entendiera lo que significan estas palabras: Amor fraternal... Una de la mejores ideas del traidor.
En ella se aprecian claramente la eterna cuestión, la de la sempiterna confianza. Pero el hecho está en que nadie confía en nadie, y es allí cuando el traidor puede entrometerse y ser un elemento útil.

No busco fama ni gloria cuando traiciono. No estoy interesado en el perdón, en la satisfacción personal o en la materia. Simplemente forma parte de mi naturaleza. Mi deseo más visceral y concreto, con el que todo lo que pienso o creo es fácil de modificar , tentar, destruir, y así manipular a otros para que hagan lo mismo.
Pero a veces creo que se me ha ido la mano. Parece que aquella obra dispuesta a construir, destruir y crear a base de milagros entre mis manos ha germinado en toda la faz de la infinita tierra.
Ahora tan solo puedo agradecer a aquellos traidores, que jamás usaron mi nombre en vano, el primero de ellos... mi amado Judas.