lunes, 5 de diciembre de 2011

Ha muerto Dios (…o cómo me hice ateo)

El espectro de la noche se babea entre las cortinas mientras se cultiva el caldo de su impostura, entre las trémulas llamas de mis velas, que como puñales van desgarrando nerviosamente ese sempiterno vacío, esa oscuridad aviesa, dejando rastros de su veneno casi imperceptibles en cada rincón de mi palacio de intrincadas fantasías. 

Las sombras de su trastornada figura se incrustan en mis paredes y aplacadas por el silencio exhiben esa imagen sardónica y voraz modulando mis cuadros, desfigurando todo lo bello que hay en mi vida, y en complicidad con aquel eco de muerte que creí haber abandonado, va alimentando nuevas y místicas sospechas, enfermas ideas que se van aferrando a mí como sangrientas sanguijuelas, hambrientas de un deseo abyecto que va obligándome a ceder sin mucha resistencia. 

Como en un sueño pesado de antiguas noches me retiene en sus brazos demoníacos, entrelaza sus cuernos sobre mi pecho, y golpea en él esperando respuesta, el impenetrable corazón que ya no es capaz de tolerar mas mierda, empuja y duele, parece desesperado y finalmente se detiene. 
Ahora cada miembro de mi cuerpo recibe su sangre, ya contaminada, que arde y me motiva a buscar la esencia misma de la noche, aquella que nace y fluye desde mi vientre, harta de locura y sin desperdicio.

Siento sus pasos ligeros atravesando el living, escurriéndose por el pasillo que da a mi habitación. Lo veo jugar sobre el fuego, desnudo, chato, hurgando  en mis heridas como buitre mientras entona un extraño cántico arcaico y se relame frente a mí orgullosamente.  
Yo enciendo la luz y el cono de la lámpara de mesa me golpea en los ojos, es cuando me levanto con una terrible jaqueca y empiezo a querer tocar las estrellas desde mi ventana, bailan y lo hacen siempre para aliviar toda ausencia, bailan también durante el día y yo me abstraigo en sus movimientos sensuales, yo me aburro de la paz que inquieta  y que adormece. 

De nuevo permanezco un poco a oscuras, y el dolor de cabeza se intensifica, la termita vuelve a su hogar descargando toda su furia estrepitosa sobre una pequeña pila de madera, el fausto escupe un papel engullido a unos metros de mi idolatrada cabecera, y empieza a dictarme entre latidos de cadáveres inmortalizados por sus cuervos las palabras más excéntricas y aturdidas por la noche:
“Ha muerto Dios… Ha muerto Dios… he besado su cuerpo vencido  y he visto ennegrecer sus ojos  y sus encías… Ha muerto Dios… Ha muerto Dios… pero ha muerto durante el día”. 

Quizá fuera su sepulturero, no lo sabía, o tal vez el que hablaba era el diablo, pero su voz entrecruzaba el alarido de mis pensamientos con la espesa calma que hacía su primer aparición bajo la tentativa de su maldición que otrora permanecía agazapada y que ahora me provocaba el regocijo de ser maldito.  
Mi ahogada voz cada noche se transforma en un grito salvaje, escandaloso y desafinado, exento del oído agudizado, culmina en tierra, empinándose luego bajo mi titilante vela justo antes de poder apagarse, en un suspiro está destinando todo mi callar, toda mi fuerte autocensura, mi lucubración más decente y distraída hacia la nada, hacia el vacío insondable y misterioso de una inútil noche. 

El espectro se percata de esto y asume que ya su apetito dejará de molestarle, yo espero sentado en mi cama, sentado en la pose propia del que se desespera por dar por terminada toda aquella penumbra, todo aquel siniestro silencio producido por mi boca, y desato un rio de rezos en mis labios cuando el delicioso rocío de la mañana entra por mi ventana azul de cortinas hechas de alguna asquerosa tela, el aliento me pasa por la espalda, y recorre mis cabellos eléctricamente. 
¡Dolor, empiezo a temblar furiosamente y se exalta en mis sienes la raíz impúdica de mi sangre, dolor infinito y seco que quema, excede las fantasías oníricas que alguna tarde bebí extasiado de los pechos mismos de esa mujer fatídica y perversa a la que llamamos expectativa, esperanza, amor fraternal, o simplemente mentira, ese dolor que sentí cuando caí entre sus cálidas mejillas llenándola de besos sin sentido, adorándola hasta desear dejar este mundo, absurdo deseo que me consume y sin embargo desaparece en un momento!.

Ya no siento mas nada, el frenesí del momento parece haber sido solo otro extraño pensamiento. Entonces sonrío como un loco en la oscuridad de mi cuarto, nada había cambiado y permanecía tan inyectado de soledad como todo este ultimo tiempo lo he estado. Camino despacio como insomne por el pasillo hacia el living, arrastrando cadenas invisibles, pisando casi sin pisar, oigo un aullido a lo lejos, algún perro abandonado que me recuerda a mi vida vacía y enferma. 

Bebo la copa de vino que había dejado hace unas horas en el borde de mi mesa y beso el licor como si estuviera realmente vivo. 
De pronto lo vi, parecía que finalmente había pasado algo fuera de mi cabeza, lejos de mi tibia cabeza que todo lo imaginaba, voltee mis ojos alrededor, fascinado y a la vez con algo de pánico, mis paredes ya no estaban vacías, las habían mordido las sombras, y sus marcas como huellas de un imperio totalmente desconocido para mí, se me presentaban ahora visibles y auténticas como la viva imagen de un infierno, no precisamente descripto por Dante. 

Perdí mi copa de vino entre los vidrios despedazados de mis ventanas, no sabía si era sangre mía aquello o era el color del fruto prohibido, y frente a mí se conformaba su silueta, esa que con una sonrisa había trastocado mis cuadros y arruinado sus colores con sus pezuñas hirientes incitando a una insensible comedia, condenándome a vivir bajo su merced, limitado en aquel exilio de la belleza, forzado a sentir vergüenza de haber sido alguna vez humano.  ¡Maldito espectro que has hecho de mi casa tu hogar!, dije desanimadamente, ¡y aún más maldito por negarme lo que ansío tanto cada noche, el brillo del sol, el amanecer de un nuevo día!.

La oscuridad ahora sería eterna, bajo las voces incesantes de un poeta sin interrupciones, perfumado de goces indignos, entre techos y suelos enmohecidos, repudiando la luz con una carne transgredida, adulterada por sueños que simulan ser la equidad entre un bien arbitrario y un mal apetecido. 

Entonces me abracé a aquella cruz y comencé a avivar las llamas, pero mis velas no eran suficiente para iluminar esta inusitada noche, así que quemé mis cuadros y pronto mi cama ardía bajo poemas ilustrativos y de tinta imborrable, sus diferentes olores traían recuerdos de cuando ansiaba deshacerme del propio mundo, de sus noticias y sus falsas plegarias, mi cama alimentaba el fuego como despreciando toda vida, las cortinas eran negras y el humo me desgarraba en la cara filtrándose por mi piel y oscureciendo mis malares, todo era negro en un instante, y luego, llegó a mí el calor con ansiosa sed del alma, penetrándome sin dificultad con sus injuriosas garras, rodeándome con su enceguecida furia estremecía mi desgarbado cuerpo que funcionaba ahora solo como combustión y que padecía bajo la más pura de todos las redenciones.

Allá en el cielo tan solo podía admirar celosamente estrellas que jamás había podido tocar, pero ahora todo lo veía bajo una luz, que aunque efímera, será por siempre mi única luz guía. En el silencio de la noche, escoltado por extraños demonios una vez susurré, subyugado en el piso:
“Ha muerto Dios… Ha muerto Dios… he besado su cuerpo vencido  y he visto ennegrecer sus ojos  y sus encías… Ha muerto Dios… ha muerto dios… pero ha muerto durante el día ”.

No hay comentarios:

Publicar un comentario